Como los seres humanos, las sociedades acusan el impacto de experiencias traumáticas tiempo después de haberlas padecido. La madurez ayuda a superar estas heridas para salir adelante.
Luego de muchas décadas de distracción España debate hoy con fuerza las secuelas de la Guerra Civil, Francia las derivadas de la guerra de Argelia –así como su responsabilidad en otras guerras sobre todo en África-, mientras que Estados Unidos respira aún los vapores de Vietnam al tiempo que emprende nuevas cruzadas “preventivas” o contra el fantasma del “terrorismo”, con el saldo de nuevas generaciones forjadas en la sangre y el fuego.
Treinta años después de la guerra que libramos por nuestras islas Malvinas, la Argentina parece estar en condiciones de encarar ese capítulo doloroso desde una perspectiva panorámica y con la serenidad con que deben canalizarse los asuntos de Estado.
Salvo minúsculas excepciones profundamente snobs o demagógicamente patrioteras, el grueso de las fuerzas políticas coincide en algunas premisas estratégicas sobre el rumbo que debe tener nuestra politica exterior para reclamar exclusivamente por la vía diplomática nuestra soberanía sobre esa porción de territorio que es nuestro.
La gran coincidencia nacional en torno a la importancia medular de Malvinas, el apoyo regional y la paz como vía para alcanzar los objetivos fijados por el país e inscritos en la Constitución Nacional, constituye el molde esencial para encarar otros debates vitales.
No hemos llegado a esta instancia por azar, sino merced a una política de Estado sostenida y coherente, hija de su tiempo, de un tiempo que busca grandes consensos internos y externos.
A tres décadas de la Guerra de Malvinas nuestra madurez colectiva debe permitir recuperar el componente anticolonial que es la lección fundamental de la guerra, y distinguirlo del contexto disparatado que impulsó a la dictadura a dar aquel salto irresponsable al vacío.
Desde esa perspectiva nuestro cuerpo social reconoce el valor de quienes combatieron en aquel teatro de operaciones, oficiales, suboficiales, soldados de nuestras Fuerzas Armadas junto a personal de las fuerzas de seguridad.
El proceso institucional inaugurado en 2003, de recuperación económica tras la peor de las crisis de nuestra historia, de reconstrucción del tejido social desmembrado en los noventa, de fin de la impunidad con los crímenes de lesa humanidad de la dictadura, tiene también su capítulo Malvinas.
La persistente búsqueda de consensos regionales llevada adelante por el gobierno de Néstor Kirchner, primero y de Cristina ahora, es la raíz de la latinoamericanización de la recuperación de Malvinas. Como hace 30 años, los principales, sino únicos, respaldos de esta causa provienen de nuestros hermanos de América Latina. Esta matriz y la defensa irrestricta de la democracia deben ser el norte que oriente la brújula para encarar todos los grandes desafíos comunes.
Esto es posible porque el gobierno nacional y popular encaró la agenda Malvinas desde el principio con mirada serena y muy firme, logrando la adhesión de países amigos con democracias de signos muy distintos. El recurso exclusivo a la vía diplomática para la recuperación de Malvinas, el consenso monolítico de nuestra clase política acerca de la legitimidad del reclamo y de las vías para alcanzar los objetivos nacionales, y el respaldo de nuestros socios del Mercosur y de la UNASUR, subraya el absurdo británico de pretender militarizar el Atlántico Sur, provocando a la comunidad internacional toda con el envío de navíos de guerra a las islas.
Finalmente, quiero remarcar que este aniversario del 2 de abril consagra el triunfo del camino escogido, el de la legalidad internacional, para lograr lo que está inscrito en el destino de nuestra Patria: la integración definitiva de todo el territorio argentino, mares, fondos oceánicos y continente antártico, bajo el signo de la impostergable unidad latinoamericana.
Nilda Garré
Ministra de Seguridad
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